Tiago pide un deseo
Tiago era un niño al que no le gustaba leer. Era muy inquieto y decía que leer era aburrido. No creía en las historias de piratas, menos aún en las de fantasmas y hadas, y como si esto fuera poco, consideraba que las de príncipes y princesas eran solo para niñas.
Le parecían tontas las historias de brujas y malvadas madrastras, y poco creíbles las de héroes con capa y espada.
No leía cuentos y tampoco quería escucharlos, cosa que a sus papás ponía muy triste. Tenía una hermosa biblioteca llena de maravillosos libros que su mamá había comprado con amor y entusiasmo, pero que él jamás había querido leer, ni escuchar.
También era perezoso y entonces no le gustaba estudiar. Esto le traía algunos problemas con su maestra y con sus padres. Para Tiago el mundo no estaba en los libros y no valoraba lo que un buen libro puede brindarle a una persona.
Cada noche antes de irse a dormir, su madre le ofrecía leerle un cuento y cada noche, Tiago decía que no, que lo dejara tranquilo, que ya bastante tenía con los libros que había en la escuela.
Una noche en particular, el pequeño estaba de muy mal humor, había sacado malas notas en el colegio porque no había estudiado, y su madre había insistido más de la cuenta con el famoso cuentito de las buenas noches. Antes de apagar la luz y en la aparente soledad de su cuarto, Tiago dijo en voz alta: ¡No quiero volver a ver un libro más en mi vida! ¡Cómo desearía que todos los libros del mundo desaparecieran de una vez y para siempre! –y con este feo pensamiento se quedó dormido.
Lo que Tiago no sabía, es que en su habitación, sentadito arriba de un armario, vivía Dindón, su duende protector.
Dindón había estado siempre al lado del niño, pero nunca jamás dejó que Tiago lo viera. Sabía perfectamente que los duendes no son muy bienvenidos en la mayoría de los casos y menos en el mundo que está fuera de los cuentos. Aún así, solito y sin ser visto, vivía arriba del armario cuidando como podía a este niño rebelde, perezoso y al que no le gustaba leer.
Dindón era un buen duende, algo olvidadizo, hay que decirlo, pero era bueno y no solo amaba a Tiago, sino que sentía un gran amor por los libros de cuentos, las historias de todo tipo y si hubiera podido ir a la escuela, habría sido un alumno ejemplar.
Al duende no le gustaba la actitud de su protegido, sabía que leer era importante y se había esforzado porque el niño leyera, pero sin resultado alguno. Solía tomar un libro de la biblioteca y colocarlo bajo la almohada para que Tiago lo encontrara y tal vez le dieran ganas de leer, pero lo único que había conseguido era que el niño se enojara con su madre pensando que había sido ella. Ponía también cuentos dentro de la mochila del colegio para que Tiago los leyera en el recreo y solo logró que los usara para espantar las moscas que sobrevolaban en el patio.
A veces, mientras Tiago dormía, el duende le contaba esos cuentos que despierto el pequeño nunca hubiera querido escuchar y, si bien Tiago no escuchaba, Dindón disfrutaba ese momento soñando en que algún día pudiera mostrarse y el niño aprendiera a amar la lectura.
Dindón había tenido paciencia y mucha, pero ese feo deseo que Tiago había pedido lo había enojado y decidió actuar.
¡Pero qué cosa con este mocoso! ¡Habrase visto tamaña insolencia! ¿Cómo puede pensar que los cuentos son tontos y aburridos? ¿Cómo pueden no gustarle las historias de piratas y fantasmas? ¡Con el esfuerzo que han hecho todas las madrastras de la literatura en demostrar su maldad, con el esmero que han puesto las brujas en preparar esas pócimas horribles, con el valor con que los piratas buscaban los tesoros! ¿Cómo puede no valorar lo que les ha costado a todos los príncipes rescatar a las princesas de esos horribles castillos? ¡Esto no va a quedar así, le daré a este pequeño una lección que jamás olvidará! ¿Con que no quiere más libros? Pues no habrá más libros y veremos cómo se las arregla.
Como él sí era un gran lector, intentó recordar algún hechizo de los tantos que había leído en los cuentos y, si bien sabía perfectamente que no era un brujo, sino un duende, confió en que podría hacerlo bien. Movió sus manitas y repitió las palabras que había leído en un cuento de hadas, que creyó recordar a la perfección… ¿o era un cuento de brujas? Bueno, no recordaba muy bien, pero las dijo con los ojos bien cerraditos y cuando terminó… ¡¡¡Puff!!! No quedó un solo libro en la habitación (y fuera de ella tampoco).
Abrió los ojos y, a decir verdad, se sorprendió de lo efectivo que había sido el hechizo; en realidad, no recordaba muy bien si eran esas las palabras exactas porque solía olvidar muchas cosas, pero evidentemente esta vez lo había hecho bien, no quedaba un solo libro a la vista.
Continuará…
miss meegusto peroes tuvocortita
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