PULGARCITO
Había una vez un pobre campesino que
vivía con su mujer en una casita junto al bosque. Cada día se lamentaban por la
ausencia de niños en su hogar, y decían:
CAMPESINO: ¡Que triste y silenciosa es
nuestra casa sin niños!
MUJER: ¡Es verdad! Si por lo menos
tuviéramos uno, aunque fuera muy pequeñito y no más grande que un pulgar…
Seríamos felices y lo querríamos con todo nuestro corazón.
Y el deseo se cumplió. Meses más tarde la
mujer trajo al mundo a un niño bien proporcionado pero tan pequeño como un dedo
pulgar.
MUJER: ¡Es tal como lo habíamos deseado!
Y debido a su tamaño, lo llamaron
Pulgarcito. El niño estaba bien alimentado, y sin embargo no crecía, y se quedó
tal y como era cuando nació. Sin embargo, pronto todo el mundo se dio cuenta de
que Pulgarcito era muy inteligente y que era capaz de lograr todo lo que se
proponía.
Un día, el campesino, que se preparaba
para ir al bosque a por leña, dijo:
CAMPESINO: Ojalá tuviera alguien que me
condujera la carreta.
Y Pulgarcito le dijo:
PULGARCITO: ¡Yo lo haré papá!
CAMPESINO: Pero Pulgarcito, ¡eres muy
pequeño!
PULGARCITO: Eso no importa, ¡me pondré al
lado de la oreja del caballo y le iré dando instrucciones!
Y así el pequeño dirigió al caballo sin
problema alguno hacia dentro del bosque. Pero de camino, dos extraños vieron a
Pulgarcito encima del caballo, y, asombrados por su tamaño se dijeron:
HOMBRE 1: ¡Ese pequeño podría hacernos
ricos si lo exhibimos en la ciudad! Tenemos que comprarlo.
Y decidieron hacerle una oferta al padre.
Pero éste, cuando la escuchó, se negó rotundamente.
Pero Pulgarcito trepó por las ropas de su
padre y le dijo al oído:
PULGARCITO: Papá, véndeme, sabré como
regresar a casa.
Y el padre lo entregó a los dos extraños
a cambio de un monton de dinero.
Pulgarcito se sentó sobre el sombrero de
uno de los dos hombres, y así, comenzaron su camino.
Pero a mitad del recorrido, Pulgarcito le
dijo al hombre que le bajara con la excusa de que tenía necesidades, y a
regañadientes, accedieron a dejarle bajar al suelo. Pulgarcito se adentró entre
los matorrales y se introdujo en un agujero de ratón que había visto, y gritó a
los hombres:
PULGARCITO: ¡Hasta otra señores! ¡Sigan
sin mi!
Y como se estaba haciendo de noche y
estaba oscuro, los hombres fueron incapaces de localizar al pequeño y
terminaron yéndose con las manos vacías.
Cuando ya no había peligro Pulgarcito
salió de su escondite y siguió caminando, hasta que llegó a una granja y vio en
el establo un montón de paja que le pareció perfecta para pasar la noche. Y
allí se quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente el granjero entró
al establo para alimentar a los animales, con la mala suerte de que fue a
alcanzar el trozo de paja donde dormía Pulgarcito.
El pequeño se despertó cuando ya se
encontraba dentro de la boca de una enorme vaca, y esquivó los dientes mientras
masticaba, pero terminó resbalándose hacia el estómago.
Como la vaca seguía comiendo paja, el
estómago se iba llenando, dejando cada vez menos espacio, así que Pulgarcito
gritó:
PULGARCITO: ¡¡Ya no envíen más paja!!
El granjero, asustado de oir hablar a la
vaca, decidió matarla y dejó al animal en el bosque.
En esas que un lobo pasó y al ver a la
vaca decidió comérsela. Se tragó el estómago de un solo bocado, y cuando
Pulgarcito se encontraba ya en la panza del lobo gritó.
PULGARCITO: ¡Señor lobo! Yo sé donde
podría encontrar un festín mucho más grande que este.
LOBO: ¿Dónde hay que buscarlo?
Y Pulgarcito describió la casa de sus
padres.
El lobo no se lo pensó dos veces, y a la
noche, se coló por la cocina y se comió toda la comida que encontró por el
camino. Y se quedó tan lleno que no podía moverse. Entonces Pulgarcito empezó a
hacer muchísimo ruido para despertar a sus padres. Y lo consiguió.
Por una rendija los padres de Pulgarcito
vieron al lobo y al oir la voz de su hijo en su interior, el padre se acercó y
le dio un golpe al animal que lo dejó inconsciente.
Con unas tijeras abrieron el vientre del
lobo y ¡allí estaba Pulgarcito!
CAMPESINO: ¡Qué preocupados estábamos
hijo! ¿Dónde te has metido?
PULGARCITO: He estado en la madriguera de
un ratón, en el vientre de una vaca y en la panza de un lobo, ¡pero ahora me
quedaré a vuestro lado!
CAMPESINO: Hijo, ¡no volveríamos a
venderte ni por todos los tesoros del mundo!
Los tres se abrazaron y besaron y nunca
más volvieron a separarse, y así, ¡vivieron felices para siempre!
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