miércoles, 3 de febrero de 2016

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El zorro confesor. Cuento búlgaro.

            En cierta ocasión, un zorro se pasó toda una larga noche de otoño correteando por el bosque, sin probar bocado. Al amanecer llegó a una aldea, se metió en el patio de un labriego y se dirigió al gallinero.
            Se disponía a apresar a una de las gallinas, pero en eso llegó la hora de que cantara el gallo, que de pronto sacudió las alas, pataleó y lanzó al viento su sonoro quiquiriquí.
            El zorro, asustado, se cayó al suelo y estuvo tres semanas con fiebre, hasta que se recuperó del accidente en el gallinero.

            Un día, al gallo se le ocurrió dar un paseo por el bosque, donde hacía tiempo que lo acechaba el zorro, que se había ocultado detrás de un arbusto esperando a que pasara su víctima. Pero el gallo, ajeno a la amenaza, vio un árbol seco, voló hasta él y se instaló a descansar en una de sus ramas.
            Aburrido de esperar, el zorro quiso hacer que el gallo bajara del árbol. Tras mucho pensar, se le ocurrió un ardid. Se acercó al árbol y saludó:

            -Buenos días, Cantaclaro.

            El gallo  no contestó al saludo, pero pensó: “¿Qué demonios lo habrá traído por aquí?”

            El zorro continuó con su discurso:

            -Deseo tu bien, Cantaclaro. Tienes, amigo, cincuenta gallinas y no te has confesado ni una sola  vez.  Ven aquí, arrepiéntete, y te libraré de todos tus pecados sin burlarme de ti.
            El gallo fue bajando de rama en rama hasta que terminó en las zarpas del zorro, que le dijo:

            -¡Ahora verás lo que es bueno! Tendrás que responder por todo, recordarás repugnante  calaverón, todas tus maldades. Recuerda que una oscura noche de otoño me arrastré a tu gallinero con la idea de echar la zarpa a una gallinita, pues llevaba tres días sin probar bocado, pero tú te pusiste a agitar las alas y a patalear, y despertaste a todo el mundo.

            -¡Ay, rapos –dijo el gallo-, qué dulces son tus palabras! Mira que pronto nuestro rey dará un gran banquete. Aprovecharé la ocasión para pedirle que te pongan a cargo de los preparativos. Así podremos tú y yo comer cuanto queramos, y además ganaremos buena fama.

            El zorro, con la boca hecha agua, aflojó a su presa, y el astuto gallo voló rápidamente a lo alto de un roble, poniéndose a salvo de su glotón amigo.


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