martes, 2 de febrero de 2016

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EL MANTEL MÁGICO, EL GALLO Y EL BASTÓN. Cuento de Polonia       
           
            Un campesino tenía tres hijos. Dos eran muy listos y el tercero, un despistado. Como el dinero escaseaba y se les había muerto la única vaca que tenían, el mayor decidió salir a buscar trabajo. Después de mucho caminar, se encontró con un viejo de barbas blancas:
            -¿Adónde vas, jovencito?
            -He salido a buscar trabajo porque ya no nos queda nada de comer en casa.
            -Si buscas trabajo, ven conmigo. Trabajarás para mí durante un año y te compensaré con creces.
            El joven estuvo de acuerdo, trabajó durante un año y, transcurrido este tiempo, el viejo le entregó un mantel diciéndole:
            -Ten en cuenta que éste no es un mantel común. Basta con que digas: “¡Mantel, prepárate!” y tendrás de comer y beber todo lo que quieras.
            El joven le dio las gracias y emprendió el camino de vuelta a casa. Al anochecer, entró en una posada y le dijo a la posadera:
            -No se preocupe por la cena: tengo algo mucho mejor. –Cogió el mantel mágico, lo extendió sobre la mesa y añadió-: ¡Mantel, prepárate!
            De inmediato aparecieron sobre la mesa excelentes alimentos y bebidas que ni el joven ni la posadera habían visto jamás en su vida. El joven comió hasta saciarse, convidó también a la posadera y se fue a dormir. Pero la dueña de la posada era una desalmada y, durante la noche, cambió el mantel mágico por uno cualquiera.
            Cuando el joven llegó a su casa, su mantel sólo provocó burlas y carcajadas. Le tocó al segundo hijo salir a buscar trabajo. Le tocó al segundo hijo salir a buscar trabajo.
            Después de mucho caminar, también él se encontró con el viejo de las barbas blancas.
            -¿A dónde vas, jovencito?
            -He salido a buscar trabajo porque en casa ya no queda nada para comer.
            -¿Quieres trabajar conmigo?
            -Con mucho gusto.
            El joven se fue con él, trabajó durante un año, y el viejo lo recompensó con un gallito diciéndole:
            -Ten en cuenta que éste no es un gallo cualquiera. Si le dices: “¡Gallo canta!”, él obedece y lanza por el pico una moneda de oro.
            El joven le dio las gracias y retomó el camino de vuelta a casa. Al anochecer, entró en una posada, la misma en la que había pasado la noche su hermano mayor.
            -Prepárame algo de cenar –le dijo a la posadera-. Tengo todo el dinero que haga falta.
            Puso al gallo sobre la mesa y dijo:
            -¡Gallo, canta!
            El gallo cantó y de su pico salió una moneda de oro.
            La posadera preparó deprisa una cena tan deliciosa que ni ella ni el joven habían probado jamás: claro, porque tenía el mantel mágico. Pero, cuando el joven se durmió, le cambió el gallito mágico por otro cualquiera. Fue así como el segundo hijo, a su regreso, también fue objeto de burlas y carcajadas.
            Le tocaba ahora al hermano más joven.
            -¡A ver qué haces, con lo tonto que eres! –lo ridiculizaban sus hermanos mayores.
            Pero el tonto se fue igualmente. Después de mucho caminar, se encontró también él con el viejo de las barbas blancas.
            -¿A dónde vas, jovencito?
            -He salido a buscar trabajo, porque en casa no tenemos ya nada para comer.
            -¿Quieres trabajar conmigo?
            -Con mucho gusto.
            Transcurrido un año, el viejo le dio como recompensa un garrote diciéndole:
            -Ten en cuenta que éste no es un garrote cualquiera. Si tú le dices: “¡Garrote, golpea!”, comienza a hacer de las suyas. Y solamente se detiene si le dices: “¡Garrote, basta!”.
            El tonto le dio las gracias y retomó el camino de vuelta a casa. Y también él entró en la posada donde habían pernoctado sus dos hermanos. Cuando llegó la hora de dormir, le dijo a la posadera:
            -Señora, escúcheme bien. Tenga en cuenta que mi garrote no es un garrote cualquiera. Cuídese de decirle: “¡Garrote, golpea!”, porque será tarde para arrepentirse.
            Pero, fiel a su mala entraña, en cuanto el tonto se durmió, la posadera cogió el garrote y dijo:
            -¡Garrote, golpea!
            No bien dijo eso, el garrote voló por el aire y comenzó a darle golpes por todo el cuerpo. La posadera chillaba, el tonto se despertó y vio lo que estaba ocurriendo. La posadera le suplicaba:
            -Señor, tenga piedad, ordénele a su bastón que me deje en paz. Le prometo que no volveré a engañar a nadie y le daré además, el mantel mágico o el gallito que lanza monedas de oro.
            -Con que ésas tenemos –dijo el tonto, dándose una palmada en la frente-. Fue usted la que se burló de mis hermanos.
            -Le juro que no lo volveré a hacer.  Pero, por favor, detenga al garrote. Si sigue así, acabará matándome.
            Entonces el tonto gritó:
            -¡Garrote, basta!
            Y el garrote dejó  de golpear. La posadera estaba verde y azul de tantos garrotazos y a duras penas lograba mantenerse en pie. Pero se dio prisa en entregar al tonto el mantel mágico y el gallito, aliviada de haber salvado el pellejo.
            Imaginaos qué alegría cuando el hermano más joven volvió a casa con el mantel mágico que preparaba por sí solo la comida y la cena, con el gallito que escupía monedas de oro cada vez que cantaba y con el garrote embrujado que golpeaba cuando uno quería.
            La miseria desapareció para siempre de aquella casa y nadie volvió a decirle al hermano menor que era corto de entendederas.


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