miércoles, 27 de enero de 2016

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EL BOLSILLO MÁGICO.  Roberto Piumini

            El caballero Angelito tenía todo lo que debe tener un caballero: fuerza y valentía para luchar contra los malvados, un buen caballo que lo llevaba a todas partes y una larga capa que lo resguardaba del frío. Sin embargo, le faltaban un palmo o dos de estatura, pues era un caballero bastante bajito. Por eso precisamente lo llamaban Angelito: si hubiera sido alto como un gigante, le habrían llamado Angelote o Angelón, o por lo menos Ángel, sin una letra de más ni una de menos.

            Un día, cuando cabalgaba por el bosque, Angelito se cruzó con una anciana. La buena mujer las estaba pasando canutas, porque tenía que llevar hasta su cabaña un haz de leña la mar de grande, pero, por más esfuerzos que hacía, no lograba arrastrarlo. Angelito, que la vio tan apurada, se bajó el caballo y le dijo:
            - Yo os ayudaré, buena señora.
            Y así lo hizo: ató el haz de leña a su caballo y ayudó a montar a la anciana a sus espaldas. Luego, los dos siguieron el camino hacia la cabaña donde vivía la anciana.
            A todo esto, la mujer no había abierto la boca ni para decir gracias. Pero, sin que Angelito se diera cuenta, le metió algo en el bolsillo de la capa.
            Al poco, llegaron a la cabaña. Angelito ayudó a la anciana a descabalgar, le entregó el haz de leña y se despidió. Y fue entonces cuando la anciana despegó los labios por vez primera.

            -Recuerda, caballero –dijo-: ¡A veces lo más sencillo es buscar en el bolsillo!
            Angelito no entendió nada. “¡Qué mujer más rara!”, pensó. “Debe estar majareta…”
            El caso es que el caballero siguió su camino, y al poco rato, en la oscuridad del bosque, unos bandidos le tendieron una emboscada. Eran tres: uno se apoderó de su caballo, el otro se lanzó sobre el propio Angelito y el tercero le puso una espada en la garganta.

            -¡Menudo tapón de caballero! –le dijeron-. ¡Danos ahora mismo todo lo que lleves encima, pedazo de renacuajo, o te enviaremos al otro mundo de un tajo en la garganta!
            Angelito se dio cuenta de que estaba en un apuro, y entonces se acordó de lo que le había dicho la anciana, y se dijo a sí mismo: “A veces lo más sencillo es buscar en el bolsillo”.
Se metió, pues, la mano en el bolsillo, y allí encontró un cofre de plata.
            -¡Tened este cofre! –les dijo a los bandidos-. ¡Vale muchísimo dinero!
            Uno de los bandidos alargó la mano, y entonces ocurrió una cosa sorprendente: el cofre empezó a moverse como si fuera un ser vivo, saltó a la garganta del bandido y le dio un mordiscazo tremendo que le hizo aullar de dolor. Luego, se fue a por el segundo bandido, al que le soltó un soplamocos colosal, y más tarde saltó sobre el tercero, al que le aporreó la cabeza diez o doce veces. Los bandidos aterrados, pusieron pies en polvorosa, pero el cofre se fue tras ellos, abriendo y cerrando la tapa, que parecía la boca de un perro rabioso.

            Angelito, la mar de divertido, exclamó:
            -¡Qué cosa más curiosa!

            Luego, se puso de nuevo en marcha, y al poco llegó a la orilla de un río. Las aguas eran muy profundas y caudalosas, así que Angelito pensó: “No tengo más remedio que volver atrás”. Pero de pronto se acordó de la anciana del haz de leña y entonces se dijo: “A veces lo más sencillo es buscar en el bolsillo”
Esta vez, lo que encontró en el bolsillo fue un ovillo de cuerda. En cuanto lo sacó, el ovillo saltó de su mano y empezó a volar de un lado a otro del río: ahora estaba en esta orilla, ahora estaba en la de enfrente. El ovillo iba y venía veloz como un murciélago y, en un periquete, formó sobre el río un puente de cuerda, tan sólido y resistente que Angelito y su caballo pudieron pasarlo con total seguridad.
            -¡Vaya con el bolsillo! –exclamó Angelito.

            Aquella misma noche, el caballero llegó a un gran palacio donde vivía una princesa. Se llamaba Lindaflor, y llevaba tiempo buscando marido. Era tan bonita, que Angelito se enamoró de ella nada más echarle el ojo. A la luz de la luna, le preguntó:

            -Lindaflor, ¿me querrías por esposo?
            Lindaflor respondió con decisión:
            - Sois demasiado bajo, caballero Angelito. A mí siempre me han gustado los muchachotes altos…
            Angelito no se inmutó. ¡Con deciros que no movió ni una pestaña…! Por tercera vez aquel día, se dijo: “A veces lo más sencillo es buscar en el bolsillo”, y lo que encontró fue esta vez en su capa fue una ciruela madura. Lindaflor, que no había cenado, la miró con ojos golosos.

            -Hummm, ¡qué ciruela más apetitosa! –dijo- ¡En nuestro reino no se crían frutas así…! ¿Verdad que me dejaréis darle un mordisquito?
            -Por supuesto, princesa.

            Lindaflor, pues, mordió la ciruela. Y ¿sabéis qué sucedió? Pues que en cuanto le hincó el diente, la princesa disminuyó un palmo, lo mismo que si le hubieran quitado de golpe unos zapatos de tacón.
            -¡Oh, Angelito! –exclamó Lindaflor-. Ahora tenéis la estatura perfecta. ¡Mañana mismo le diremos al cura de palacio que nos case en la capilla! ¡Será una boda preciosa, no tengáis duda! ¡Y ahora venid aquí, que me muero de ganas de besaros…!

            Angelito y Lindaflor juntaron sus labios y se besaron hasta notar que les faltaba aire.
            Al día siguiente, se casaron en la capilla del palacio, y desde entonces vivieron la mar de felices.

            Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

            Y el que piense que miento, que se caiga de su asiento.

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