Bolita
Aquella mañana, después de poco más de quince meses, ¡pop!, la jirafita salió de la panza de mamá jirafa. Era gordita, y así le encantaba a mamá jirafa; también a don Jaime, el cuidador de las jirafas. Pero el más encantado de todos era Poncho, el hijo del cuidador, que le puso el nombre, nada imaginativo, de Bolita.
Bolita era redonda por todos lados, y cuando se dio cuenta de que decían cosas de ella, empezó a sentirse mal.
Una tarde unos niños, la señalaron muertos de risa:
–¡Qué gorda! –dijo uno.
–¡Parece un globo! –gritó otro.
A Bolita aquello no le gustó. Los niños se rieron y se alejaron. Poncho había presenciado la escena y vio cómo un par de lágrimas bajaba por las redondas mejillas de Bolita.
Esa noche Poncho casi no durmió pensando cómo resolver el problema.
Ponerla a dieta no serviría, pues Bolita comía justo lo que debía comer una jirafita de su edad; darle menos podía debilitarla... Esa tarde a Poncho se le ocurrió un plan B.
Se encerró en una cueva, con Bolita y un montón de cosas, y un rato después salió de la cueva seguido por una Bolita un poco distinta.
Pasó el día viendo cómo le iba a Bolita con su disfraz. Pero desde el principio sospechó que su plan no funcionaría. Bolita no se sentía bien. Extrañaba a su familia, y los elefantes se alejaban de ella. Los asistentes al zoológico se le quedaban viendo como si viniera de otro planeta.
Llegó un momento en que Bolita no aguantó más y empezó a correr alrededor de la jaula. Pero su disfraz estaba a punto de deshacerse.
–¡Papaaaá! ¡A ese elefante se le está cayendo la trompa!, ¡papá, mira!, ¡aghhh! –gritó un pequeñín horrorizado.
Los elefantes se asustaron con los gritos del niño; don Jaime, que andaba por allí, salió al rescate: calmó al niño, calmó a los elefantes y liberó a Bolita de su disfraz de elefante.
Poncho estaba sentado con la cara entre las manos, mirando aquello con tristeza. Su plan B había fracasado.
Don Jaime lo tomó de la mano, con la otra tomó la cuerda que sujetaba a Bolita y caminaron juntos hacia la jaula de las jirafas.
–Bolita es una jirafa, Poncho, no un elefante.
Las demás jirafas la recibieron con exclamaciones de alegría. Cenando junto a los suyos, Bolita se sintió más jirafa que nunca.
A partir de entonces vivió muy feliz en su jaula, ignorando las murmuraciones que ocurrían entre los visitantes...
A Bolita le pasó como les pasa a algunos adolescentes... Se compuso cuando se estiró.
Bolita era redonda por todos lados, y cuando se dio cuenta de que decían cosas de ella, empezó a sentirse mal.
Una tarde unos niños, la señalaron muertos de risa:
–¡Qué gorda! –dijo uno.
–¡Parece un globo! –gritó otro.
A Bolita aquello no le gustó. Los niños se rieron y se alejaron. Poncho había presenciado la escena y vio cómo un par de lágrimas bajaba por las redondas mejillas de Bolita.
Esa noche Poncho casi no durmió pensando cómo resolver el problema.
Ponerla a dieta no serviría, pues Bolita comía justo lo que debía comer una jirafita de su edad; darle menos podía debilitarla... Esa tarde a Poncho se le ocurrió un plan B.
Se encerró en una cueva, con Bolita y un montón de cosas, y un rato después salió de la cueva seguido por una Bolita un poco distinta.
Pasó el día viendo cómo le iba a Bolita con su disfraz. Pero desde el principio sospechó que su plan no funcionaría. Bolita no se sentía bien. Extrañaba a su familia, y los elefantes se alejaban de ella. Los asistentes al zoológico se le quedaban viendo como si viniera de otro planeta.
Llegó un momento en que Bolita no aguantó más y empezó a correr alrededor de la jaula. Pero su disfraz estaba a punto de deshacerse.
–¡Papaaaá! ¡A ese elefante se le está cayendo la trompa!, ¡papá, mira!, ¡aghhh! –gritó un pequeñín horrorizado.
Los elefantes se asustaron con los gritos del niño; don Jaime, que andaba por allí, salió al rescate: calmó al niño, calmó a los elefantes y liberó a Bolita de su disfraz de elefante.
Poncho estaba sentado con la cara entre las manos, mirando aquello con tristeza. Su plan B había fracasado.
Don Jaime lo tomó de la mano, con la otra tomó la cuerda que sujetaba a Bolita y caminaron juntos hacia la jaula de las jirafas.
–Bolita es una jirafa, Poncho, no un elefante.
Las demás jirafas la recibieron con exclamaciones de alegría. Cenando junto a los suyos, Bolita se sintió más jirafa que nunca.
A partir de entonces vivió muy feliz en su jaula, ignorando las murmuraciones que ocurrían entre los visitantes...
A Bolita le pasó como les pasa a algunos adolescentes... Se compuso cuando se estiró.
___________________________________________________________
Mónica Beltrán Brozon, Bolita. México, SEP-Santillana, 2004.
que padre miss
ResponderEliminarque padre miss
ResponderEliminarEs muy cool pero eran muy redonda pero sentía muy mal😦😇👑💰💳 💲💵💴
ResponderEliminarEstuvo padre mis
ResponderEliminarEstuvo padre mis
ResponderEliminarMiss esta padre la lectura
ResponderEliminar